Después
de un mes de agosto tormentoso en Galicia aquí estamos para retomar de nuevo
este cuaderno de bitácora con mucha ilusión. He pensado en dedicar esta entrada
y tal vez alguna más a mis lecturas de verano. En esta ocasión le toca el turno
a un libro que hace tiempo quería leer: El
paisaje en la cultura contemporánea coordinado por el siempre interesante
Joan Nogué y publicado en la colección 'Paisaje y Teoría' de la editorial
Biblioteca Nueva.
En
lugar de hacer un breve resumen de cada una de las aportaciones (son muchos
autores) he decidido quedarme con la de Jörg Zimmer –al menos en esta entrada-
y profundizar un poco en su contribución a esta obra colectiva.
Jörg
Zimmer es Doctor en Filosofía y profesor de Estética y Teoría del Arte en la Universitat de Girona.
Su aportación en el libro se centra en identificar las carencias o limitaciones
de la estética y la ética clásicas a la hora de afrontar el estudio del
paisaje, teniendo en cuenta la doble dimensión ética y estética de este.
Cómo
lograr que estas ramas de la filosofía sigan siendo útiles en el contexto
actual de sobreexplotación del entorno natural parece ser el hilo conductor de
su intervención.
Para
nadie es un secreto que vivimos como si no hubiera mañana. Seamos ateos, agnósticos
o devotos confesos de cualquier religión, la máxima ¡Dios proveerá! parece imbuirnos
a todos de la confianza necesaria para dilapidar recursos y perpetuar un uso
abusivo del libre albedrío.
“La
libertad de cada uno termina donde empieza la del otro” nos diría cualquier
manual de buenas prácticas vitales -léase libro de autoayuda-. El problema está
en que no vemos (no reconocemos) en la naturaleza al otro. No es un sujeto al
uso, vamos. Y ahí empiezan las dificultades de la ética para intentar reconducir
nuestra maltrecha relación con ella.
Así explica su dibujo esta niña de primaria: "He hecho este dibujo porque me gustan los animales y la naturaleza. También me gusta descubrir cómo son las plantas por dentro. Por eso he dibujado bajo la tierra las raíces de una seta y las de un árbol. También he hecho un hormiguero. Además he dibujado una ardilla y mariposas. La ardilla está sobre una roca y unas pocas mariposas están volando. Y también un río con dos desembocaduras, el sol saliendo de las montañas y unas cuantas rocas."
La
ética clásica se ha sustentado siempre en la reciprocidad, al plantearse sólo
las relaciones entre seres humanos que, por su naturaleza o condición, son
simétricas, mientras que la relación entre individuo y naturaleza es
inevitablemente asimétrica.
Esta
diferencia pone de manifiesto que la ética del paisaje presenta serios
problemas sistemáticos a causa de la relación moral que trata. Así lo explica
Zimmer: “la asimetría de la relación ética en cuestión significa que se pierde
la reciprocidad y, por tanto, la fuerza de la obligatoriedad de las normas
derivadas. Una ética del paisaje –que viene a ser, en último término, una ética
ecológica- cede derechos a la naturaleza que ésta no puede reclamar; y, por
otro lado, se trata de una cesión de derechos a cambio de la cual no hay
deberes por parte de la naturaleza” (Nogué (ed.), 2008, p. 33).
A
su vez, la estética también presenta limitaciones en tanto en cuanto, el arte
siempre ha sido su objeto o campo de estudio. Y en este punto debemos recordar
que el paisaje (por su dualidad objetivo-subjetivo) no es, o al menos no lo es
del todo, producto del ser humano. Por otra parte, sería un anacronismo en
nuestros días no darle la oportunidad a la estética de explorar el vínculo real
con la naturaleza y limitar su radio de acción a los artefactos artísticos que
hallan en el paisaje su fuente de inspiración primera o la razón última de su
ser.
Kant
entendía el arte como finalidad sin fin. Tal vez, concebir y “entender” la belleza
que todos –en mayor o menor medida- hemos percibido en la naturaleza (“lo bello
natural” en palabras del filósofo) de este mismo modo, como una finalidad sin
fin, puede ayudarnos a aceptar el importante papel que la estética se tiene
reservado a la hora de reconducir nuestros pasos y nuestro mal-estar en la Tierra. A fin de cuentas la
estética, y así lo refiere la etimología de la palabra, se relaciona no solo
con la belleza sino y sobre todo con la capacidad de sentir.
El
espacio es materia prima del paisaje, por ello ya hace mucho tiempo que pienso
que todo conocimiento sobre él es poco para abordar el estudio del segundo. Por
eso una de las aportaciones de Zimmer que más me ha gustado es la distinción
entre espacio teórico y espacio estético debida a Cassirer, otro filósofo.
Veamos cómo lo explica en el libro: “En este contexto, podemos recordar la
distinción entre espacio teórico y espacio estético introducida por Ernst
Cassirer (1985), quien observa que el concepto tradicional de espacio depende de
una ontología substancial: el espacio es la extensión en la que se sitúan las
cosas. Cassirer, en cambio, propone entender el espacio estético a partir del
concepto de orden. El orden implica de manera inevitable la diversidad e
interacción de una multitud de entidades. Con Leibniz [1663-1685] podríamos
decir que el espacio es un orden de coexistencias posibles. Es precisamente
esta idea de la coexistencia de una variedad de aspectos en un orden de sentido
lo que permite abrir la perspectiva de una estética del paisaje no a partir, o
al menos no sólo a partir, del concepto de bello natural, sino a partir de la
noción del espacio estético. En un planteamiento de espacio como orden de
composibilidad precisamente puede coexistir la necesidad de una relación instrumental
con la relación estética en la planificación y ordenación de los paisajes
culturales.” (Nogué (ed.), 2008, p. 41).
Los cinco espacios o soles según la cosmovisión del pueblo indígena Kukama-Kukamiria de Perú [imagen en línea].
Explicación breve de esta concepción del espacio tan radicalmente diferente a la que estamos viendo: "Los primeros tsumi, chamanes ayahuasqueros, conocen por medio de sus visiones que tenemos cinco espacios en donde se encuentran los seres de la naturaleza y los seres invisibles. Primer Sol: donde está la ciudad debajo del agua, donde viven los seres kuarara y el Muiwatsu, boa grande. Segundo Sol: donde está el agua con sus animales, y la sirena. Tercer Sol: donde se encuentra el pueblo kukama-kukamiria y sus bosques, los seres de la naturaleza (terrestres y aéreos) y los seres invisibles. Cuarto Sol: donde está la ciudad de las almas. Quinto Sol: donde está Dios, el ángel Kémari y el Cóndor mama. Los llamamos así porque pensamos que el Sol atraviesa los cinco espacios del mundo."
Fuente imagen y texto:
Explicación breve de esta concepción del espacio tan radicalmente diferente a la que estamos viendo: "Los primeros tsumi, chamanes ayahuasqueros, conocen por medio de sus visiones que tenemos cinco espacios en donde se encuentran los seres de la naturaleza y los seres invisibles. Primer Sol: donde está la ciudad debajo del agua, donde viven los seres kuarara y el Muiwatsu, boa grande. Segundo Sol: donde está el agua con sus animales, y la sirena. Tercer Sol: donde se encuentra el pueblo kukama-kukamiria y sus bosques, los seres de la naturaleza (terrestres y aéreos) y los seres invisibles. Cuarto Sol: donde está la ciudad de las almas. Quinto Sol: donde está Dios, el ángel Kémari y el Cóndor mama. Los llamamos así porque pensamos que el Sol atraviesa los cinco espacios del mundo."
Fuente imagen y texto:
http://cosmovisioncocama.blogspot.com.es/ [consulta: 16-09-14]
Zimmer prosigue: “En la búsqueda de una posible estética del paisaje, la propuesta de Cassirer me parece interesante en diversos sentidos. En primer lugar, para una estética del paisaje no tenemos bastante con el modelo de una relación contemplativa con la naturaleza como la que describe la estética clásica, sino que necesitamos criterios para la transformación práctica de los paisajes (…). Una planificación y ordenación de los paisajes que tuviera presente, además de la inevitable dimensión instrumental, una dimensión de la naturaleza como espacio estético, podría manifestar para la experiencia cotidiana, es decir, como entorno habitual, un modelo para una relación respetuosa con la naturaleza, que –haciendo referencia a una de las formulaciones del imperativo categórico de Kant- no trataríamos nunca sólo como medio, sino también siempre como fin en sí misma. Así, en la ordenación simbólica como espacio estético trataríamos la naturaleza por analogía a un sujeto moral sin tener que entrar en relación ética, que por su naturaleza asimétrica resulta imposible (…). Integrar principios estéticos en la configuración concreta de los paisajes es, pues, una exigencia primordial a la hora de educarnos en una relación voluntariamente sostenible con la naturaleza entera: el paisaje como orden simbólico expresa un reconocimiento unilateral de la naturaleza que, como espacio vital, inmediatamente nos convence de su conveniencia. Una estética de la naturaleza o bien del paisaje debe ser, como dice Gernot Böhme (1989) en sus aportaciones sobre estética ecológica, una teoría de la composición y ordenación de un entorno dentro del cual se sitúa la vida humana. El espacio ordenado con principios estéticos evoca simbólicamente lo que es, según Kant, el contenido del concepto teleológico de la naturaleza: no una suma de conocimientos, ni tampoco una serie de funciones útiles, sino la idea reguladora de la naturaleza como conjunto orgánico y totalidad, un concepto tan necesario de recuperar para la teoría del paisaje, como también para la reflexión ética y estética de la crisis ecológica de hoy en día en general.” (Nogué (ed.), 2008, pp. 42-43).
Y
concluye: “Una estética del paisaje podría mostrar que la libertad humana está
inevitablemente engarzada con el mundo entero. Naturaleza y libertad forman un
conjunto, una totalidad, tanto de condiciones como de posibilidades. En el
mundo actual, amenazado por nuestra libertad, habría que replantear criterios
para utilizarla mejor. Así, la filosofía tendría que recuperar –utilizando una
palabra del filósofo Schelling- la tarea de proyectar racionalmente la síntesis de la naturaleza y la libertad.
Una época en que la civilización occidental ha desarrollado todas las
posibilidades técnicas para destruir los fundamentos naturales de la existencia
humana, pero no ha desarrollado en la misma medida una conciencia para dominar
mentalmente las consecuencias de esta praxis, necesita la comprensión que
podría dar una estética del paisaje (…). Este mundo se merece no solamente
protección por el interés humano de supervivencia, sino que, en su diversidad
infinita, se merece nuestro respeto.” (Nogué (ed.), 2008, p. 43).
¿Qué
puedo añadir a las palabras de Zimmer? Podría decir que alguna de las ideas que
apunta me obsesionan y fascinan a partes iguales: el concepto de un espacio
ordenado, de un espacio estético, la necesidad de trascender la mera relación
contemplativa para afrontar con unos criterios bien fundamentados la
intervención práctica en el paisaje, la composición en cuatro dimensiones –las
tres del espacio más el tiempo-, el miedo a la libertad… porque, ¿no es acaso la tarea de proyectar racionalmente la
síntesis de la naturaleza y la libertad nuestra tarea, la tarea del
arquitecto paisajista? Hórror vacui.
Con estos pensamientos rondando mi cabeza no puedo parar de tararear la canción
El límite… somos
(o pretendemos ser) trabajadores de ‘la frontera’.
Es
curioso, en mi caso provengo -sólo por formación- de la rama de la
edificación y recuerdo que un profesor siempre nos decía que la construcción es
el arte de la junta, esto ya me parecía suficientemente complicado y ahora resulta que, por decisión propia, ‘la junta’ voy a ser yo. Más difícil todavía. Pies,
para qué os quiero...